lunes, 3 de agosto de 2009

Dualidad

Soy el gerente de la sucursal general de una compañía de seguros mundialmente reconocida.

Tengo esposa y dos hijos. Somos una familia normal, salimos, recorremos todos los días en bicicleta el parque y no tenemos muchas deudas.

Pero hasta la familia más funcional, tiene sus problemas.

Todos los días, después de la oficina, voy a los cines porno. Esos que están a la vuelta de mi trabajo, para ver la última novedad. Compro mi boleto, consciente de estar solamente algunos minutos viendo la función. Me encanta ver todo tipo de sexo. A mi esposa no le gusta el sexo anal, y el sexo oral desde hace tiempo que lo ha reprimido. Tengo que conformarme con ser un voyeur. Hay pocos tipos en la sala, hay quienes se llevan a sus novias, y de reojo veo que se masturban mutuamente, y prefieren salirse de la sala a algún motel, motivados por la acción.

Yo cojo discretamente una servilleta y eyaculo ahí. Es mejor que en el pañuelo o en alguna tela donde se deje residuo. Antes de que prendan las luces, tiro el papel en el bote de basura y salgo. Y de ahí a casa. Sólo para rematar con mi esposa. No tiendo a quedarme con las ganas.

Últimamente, he visto a un nuevo individuo, compañero de sala. Tal vez de mi misma edad. No le presto mucha atención, sin embargo he visto que de igual manera él me ha observado. Al salir esa noche, me alcanza en la esquina de la calle.

- Qué tal... Mi nombre es Ricardo, mucho gusto.

Regresando la atención, le he dado un nombre falso. No son importantes ni necesarias ese tipo de amistades. Tal vez lo ha notado por lo cortante de mi saludo. Tomo la dirección a casa en mi auto. La siguiente noche, me observa. Ésta vez me inquieta y mi masturbación no consigue el fin deseado. Me siento incómodo y opto por salirme.

A la salida, me alcanza.

- Disculpa, no es mi intención molestarte. Verás. Te he observado. No soy choto ni nada por estilo. Siento que tu y yo tenemos vidas en común. Yo también tengo esposa, aunque ésta no me satisfaga. Trabajo ahí enfrente -señalando un banco -soy gerente de sucursal y bueno, no me va mal.

De a poco me fué soltando y me sentí menos intranquilo. Me despedí de él.

Coincidió que al siguiente día tenía que hacer un depósito en ese banco. Opté por ir para confirmar la coartada de mi "compañero de porno" y, efectivamente, su nombre y su puesto eran verídicos. La pena me invadió y he salido ruborizado. Esa noche no asistí al cine como era la costumbre. De hecho, no lo hice por cuatro días. Al quinto, decidí que le debía una disculpa por dudar de él.

Esa noche fuí, y mi sorpresa fue que no estaba. Tal vez se ofendería. No lo sé. Esa noche pasaban una función de swingers. Me encantaba ver las orgías y a veces el hecho de que se confundieran hombres con hombres. De repente, justo cuando me venía, sentí una mano en el hombro. Y era Ricardo.

- Ven, sígueme.

Sólo le seguí, sin dudar. Trepamos en un Mazda y nos dirigimos a seis cuadras, a un centro nocturno.

- Para qué verlo, si podemos actuarlo ¿qué no?

Estaban un par de chicas sentadas en la mesa. No puedo acordarme de cuánto tomé. Enseguida nos metimos a un hotel, y con la borrachera empezamos la orgía. Súbitamente, ví que Ricardo tomó mi pene y lo insertó en su ano, mientras que las muchachas aplaudían y se besaban. Algo en mí se rompió. Y me caí de la cama. Una chica se acercó, y me practicó sexo oral. Sólo exclamaba "¡¡¡Si nena, límpialo, límpialo!!!"

Al día siguiente, amanecimos los cuatro -unos sobre otros -en el cuartucho de hotel. Me levanté, dejé dos mil pesos sobre el taburete de la recámara y me largué.

Vomité a la salida del hotel. No sé como le explicaría a Alejandra.

Al llegar, le dije que me habían asaltado y que apenas recuperé la conciencia de la golpiza. Su cara, lejos de estar convencida, denotaba preocupación. No salí ese fin de semana. Y mi hábito por visitar cines porno desapareció. Tuvo que haber una penetración para poder quitarme la manía.

Cada que paso por un cine porno, mi pene se encoge y mi fundillo se endurece.

jueves, 25 de junio de 2009

Un día en la vida de...

El Asesino - Luchador

Tengo el campeonato.

Tengo una amante excepcional. Aquella que conocí cuando luché en la tercera defensa, y que entró al vestidor para felicitarme, pero en la euforia me la he tirado.

Sin embargo, me siento vacío.

En casa espera una mujer mal-arreglada y un hijo con retraso mental. Sólo tengo un nombre, tengo mi fama: El Asesino. Campeón de peso pesado. Mi cinturón y mis glorias, 25 años de trayectoria y sólo tengo eso: una fodonga y un retrasado.

Son odiosos, no los soporto.

Hoy tendré una lucha importante: El Marino no es cosa fácil, aunque somos colegas, sé que pondrá todo de su parte. Me he ido a coger temprano con Alicia, en vez de ir a entrenar. Me ha dado una noticia: está embarazada. Me ha pedido que le responda, y le he dicho que si en un arranque de pasión, todo por tirármela por enésima vez.

Dan las 7, y tendría que estar en la Arena México. La estelar empezará a las 10, pero tengo que calentar músculos y mentalizarme. Estoy en la cima de mi carrera, nadie ni nada me debe tumbar. Hay que aguantar la media hora reglamentaria, porque si no, no hay bono. Y aparte de eso, ganar para conservar el campeonato, aunque éste sea de fantasía. Lo importante de todo es ser ídolo, ser ganador, que la gente te conozca y te reconozca. Mi familia, ja... Mi familia es una mierda, la odio... No he tocado a mi esposa desde hace 10 meses, me da asco... Alicia en cambio, es otro pedo... La juventud de su piel se impone ante mi líbido...

Concéntrate, es hora de entrar... Mi manager se enardece, me ha dicho que son mamadas el llegar tarde, pero no le hago caso... Incluso me ha hecho encabronar, al grado de querer partirle su madre, pero aguanto las ganas para desquitarme con mi oponente...

Suena la campana, el pinche Marino se deja ir contra mi, y me empieza a apalear, entre los gritos de la multitud, me dice "Ya estuvo güey, ya me toca ¿no?" Lo aviento y le digo "Ni madres güey"

Así pasan 25 minutos, hasta que me voy a la tercera para un lance fuera del ring, le atino pero mi cabeza dá contra una de las butacas y quedo semi-inconsciente... Como puedo, por instinto me levanto y regreso al ring, sólo para que el hijo-puta me aplique una huracarrana y contarme la de tres... He perdido...

Llegué a mi casa... No puedo decirle hogar: casa a secas... Llega María y me pregunta cómo me fué... Pendeja, si se interesara por mí, sabría que me fué de la verga... Y luego llega ese lastre por hijo que tengo a darme un abrazo... Estoy harto... Casi son las 12, una sensación de rabia me invade... Quiero comer, le ordeno a María que me haga de cenar, pero su sueño le impide escucharme... La agarro de las greñas y la azoto contra el suelo... Mi furia hace tomarla del cuello y extrangularla... No hizo falta esperar tanto: su cuello se rompió antes de que el oxígeno dejara de llegar a su cerebro... Toño se despertó asustado por los gritos... Salí del cuarto dejando tras de mí el cuerpo inerte de aquella mujer, ahora desconocida para mí...

- Papá ¿qué pasó? -me dijo tartamudeando
- Nada hijo, toma tu leche...

Se quedó dormido para siempre. En cambio yo, estoy listo para partir... Tengo que hacerle honor a mi nombre.

A los dos días, la policía encontró los cuerpos de los tres infortunados. La mujer, muerta por ruptura de cuello, el niño muerto por envenenamiento con cianuro y Pedro Gutiérrez -alias 'El Asesino' -muerto en su sala de pesas, debido a un disparo en la cabeza. "El Asesino hace honor a su nombre" dirían los diarios al tercer día.

In memoriam: Chris Benoit.

jueves, 18 de junio de 2009

Un día en la vida de...

Mi padre.

Ese día, había algo raro en el ambiente. No tengo un sexto sentido como el de las mujeres. Pero definitivamente ese día me daba mala espina... Un día en la vida para olvidar, sin embargo, no se quiere ir de mi mente.

Ese día dormías. Pensaste que sería un día como cualquier otro. Te levantaste, te bañaste, de ninguna manera podrías dejar de tallarte y tardarte al menos 25 minutos. Tu vanidad no te lo permite. Aún así, apuraste un poco el paso porque ese día era importante. Sabías que la mercancía de ese día tendría un comprador impaciente y el grupo no podía retardarse.

Te despediste de mi, y sin embargo, yo tenía un mal presentimiento ese día. Te hubiera pedido que no salieras, pero igual no me hubieras hecho caso. Llegaste con el grupo y se metieron a la tienda departamental. Siguieron el mismo protocolo: vas con el gerente de tienda, que para esos momentos era cómplice de todo, sacarían la mercancía con una tarjeta clonada y se irían de ahí.

Pero ese día no, no fué tan fácil.

A la salida, se cerraron dos camionetas sin placas, y bajaron judiciales con armas largas a someterlos. Te golpearon y te subieron a la camioneta:

- Bajate hijo de tu puta madre y te vo'a volar el culo - te dijeron.

El único momento de pánico que viviste fue cuando nos viste desangrados en el accidente del 86. Y como pudiste, con tu brazo y tu pierna rotos, nos sacaste del auto. De milagro sobrevivimos...

Al llegar a la procu, te bajaron esposado, te llevaban a la sala de tortura, sólo para confirmar lo que los otros habían dicho. Afortunadamente no sufriste mucho en el proceso. Fuiste testigo de que la tortura sí se seguía practicando a pesar de los discursos optimistas de los gobernantes. Esa noche, la pasarías en los separos, y hacía frío: había llovido.

Tenía miedo, mucho. De un momento a otro tuve que hacerme el valiente y llevarte una cobija y ropa limpia al separo. Verte detrás de un ventanal fue devastador. Escucharte pedirme varias cosas a la vez y cumplirlas fueron varios golpes. Al terminar, me le escapé a un oficial que te cuidaba y te abracé. Con ese abrazo te quise decir "sé que por nosotros hiciste esto... Un grave error... Me vas a hacer falta"

Y esa noche, pese a las declaraciones del oficial a cargo, te llevaron a la grande. Ese día en tu vida jamás lo olvidarás.

Ese día en tu vida, le dió en la madre a nuestras vidas...

Y a pesar de todo, te sigo queriendo, caraxo...

Feliz día, papá...

lunes, 15 de junio de 2009

La Tregua

-Me das unos troyan amarillos por favor -pedí en el mostrador de una farmacia patito. Pagué y me monté en el carro tan pronto como llegué. Serían casi las 11 de la noche. Ella estaría esperando impaciente, pues la cita era a las 10.

Cuando llegué, la puerta del departamento estaba entreabierta. Cerré suavemente, y ví que estaba en el sillón acostada viendo la televisión. Me vió y todo se desató. Nos besamos y empezamos a desvestirnos, como si la ansiedad acumulada estallara en nuestros movimientos torpes pero efectivos. Ella sólo traía una bata, y cuando bajé su cierre sus senos quedaron al descubierto. Los tomé firmemente con mis manos y llevé mis labios hacia ellos. Nuestras respiraciones iban en aumento y finalmente se despojó de su bata. Enseguida, bajé hacia su sexo y empecé a juguetear con su clitoris. Sólo me daba cuenta de su exitación porque tomaba mi cabeza y la empujaba como queriendo meterla. Tomaba sus nalgas y las apretaba, acariciaba a la vez sus senos y sus piernas. Después, mi lengua se fue a su ano y no pudo evitar un gemido.

Fuertemente tomó mi cabeza y me besó. Era su turno. Quitó tan rápido como pudo mi camisa y empezó a besar mi torso, bajó hasta que mi sexo quedó en su boca y empezó a hacer un movimiento algo extraño pero placentero. Demasiado. Apretaba mis piernas para empujarse un poco más. Después la penetré, con las ganas de la primera vez pero la experiencia de innumerables ocasiones con parejas ajenas.

Terminamos en un orgasmo simultáneo, lleno de la misma ansiedad pasional con la que iniciamos. Quedamos tendidos un rato.

-Ya te puedes ir -me dijo. Me levanté, me vestí y me dirigí a la puerta. Ella rápidamente se puso su bata y me acompañó.

-Esto no cambia nada -me dijo y cerró la puerta.

Al siguiente día, en el juzgado, firmamos los papeles de divorcio. Y esa noche, de nuevo volvió la tregua, sólo para llenar el vacío existente en nuestras vidas.

sábado, 6 de junio de 2009

La duda - Tercera Parte

Esa tarde, después de la discusión, Andrés se dirigió a un Vips que se encontraba en Perisur. Necesitaba pensar. Necesitaba digerir lo que había ocurrido. Él era el menos culpable en ésta situación.

"Dnd stas??" decía el mensaje en su celular. Venía de Sandra. Nunca pudo entender por qué le respondió. Simplemente le escribió "Vips". Ella sabría donde encontrarlo. A la media hora, entró por la puerta del restaurant. Andrés veía perdidamente hacia una ventana junto a la que estaba sentado.

- Andrés, tenemos que hablar.

Él permaneció callado.

- Mira, quiero a tu hermano. ¡Carajo! ¡Tú más que nadie sabe cómo nos queremos! Pero...

Se hizo un silencio incómodo. Esos silencios que presagian las mejores o las peores noticias. Sólo se oían las conversaciones ajenas. Las conversaciones entremezcladas de los comensales que estaban alrededor.

- No lo amo Andrés... Y quiero que sepas que tú eres el dueño de mi corazón.

Andrés se limitó a voltear a ver su taza de café.

-¿Vas a pedir algo? -preguntó.

-No, nada, gracias.

Andrés lanzó un suspiro.

-¿Sabes siquiera en lo que te metiste?

Sandra quedó desconcertada. Era una pregunta como cualquier otra. Pero ésta en particular no tenía una respuesta sensata. Una respuesta válida. Vaya, siquiera no tenía respuesta. Un largo silencio fue acompañado de la pregunta.

-¡Qué pedo pendejo! ¿Y qué haces aquí hija-de-puta? ¡No tienes suficiente con lo que me haz hecho! -Llegó intempestivamente Carlos gritando. Los comensales hicieron un silencio y se quedaron viendo al trío. -¡Vaya que me han visto la cara de pendejo los dos! ¡No quiero saber de ustedes! Por mí lánzate de puta, te queda bien y a ti... A ti te digo que ya no tienes hermano, cabrón. -Dicho ésto, Carlos salió del establecimiento.

Sandra lloraba. Andrés, con la calma que le caracteriza, no hizo comentario alguno. Se limitó a observar su café.

-¡¿Qué coño te pasa Andrés!? ¡Ni siquiera has volteado a verme!

-No tengo necesidad -dijo levantándose y dejando un billete de 100 pesos sobre la mesa. -Pagas por favor.

* * * * *

Carlos no había llegado a casa. Eran las dos de la mañana. "Estás raro hijo ¿qué te pasa?" preguntaban sus padres. Sólo se limitaba al clásico "Nada, estoy bien, nada raro".

Sonó el teléfono. Estela contestó.

- ¡Alberto! ¡Alberto! ¡Ven por favor! -empezó a gritar hacía su esposo. Éste corrió enseguida a donde se encontraba su mujer. A su vez, Estela le dió el teléfono y se sentó a llorar. Alberto sólo se limitó a colgar el teléfono con la vista perdida y llena de lágrimas.

Carlos había destrozado su auto esa noche saliendo de un bar. Iba por el periférico. No se percató que de la lateral venía un tráiler a alta velocidad y perdió el control del vehículo, un Bora. Se estrelló en un árbol e instantáneamente perdió la vida prensado. Las autoridades informaban de un grado de ebriedad de 0.203 por lo que dedujeron que era imposible que hubiera podido reaccionar a tiempo sobre la presencia del tráiler.

La ceremonia en el panteón estuvo acompañada de lluvia. Todos los presentes lloraban, unos más por conveniencia que por el verdadero dolor. Estela y Alberto estaban destrozados. Sandra se limitaba a llorar por ratos. De alguna manera, sentía que tendría el camino libre para quedarse con Andrés. Éste a su vez, permanecía extráñamente serio, inmóvil, como incrédulo. Se limitaba a ver el cajón de su hermano.

Al terminar el sepulcro, Andrés se volteó hacia Sandra con una extraña mirada. Esas miradas que sólo pueden matar, acompañada de una sonrisa maquiavélica.

-¿Recuerdas que te pregunte si sabías en lo que te habías metido?

Dicho ésto, sacó de su bolsillo un papel y se lo tendió. Ella lo tomó. Sentía un desconcierto terrible. Aquel desconcierto que se siente como si estuvieras en medio del desierto solo. Andrés dió la media vuelta y se marchó, todavía con la sonrisa en los labios.

Ella abrió el papel y leyó. Lo dejó caer y ella a su vez cayó de rodillas llorando. En medio de la lluvia, se alcanzaba a ver la siguiente leyenda:

"Estúpida. El tenía SIDA y yo soy homosexual"

viernes, 10 de abril de 2009

La duda - Segunda parte

La historia de Sandra

Recuerdos nublados de reuniones familiares, fiestas de cumpleaños, visitas a parques inundaban tu mente. No podías recordar la última vez que dijiste un "papi" o un "mami" con devoción hacia ellos. Fuiste la niña linda y tierna de la que cualquier padre podría estar orgulloso. El tuyo, siguiendo la rica tradición familiar, heredó un emporio consistente en una fertilizadora, varias propiedades y una cadena de mueblerías a nivel nacional. Nunca faltó nada, salvo el calor de un verdadero hogar, el cuál se llenaba con objetos para saciar la inmunda soledad.

Eres la última de 4 hijos, la única mujer. Es por eso que aprendiste rápidamente que los hombres son unos cabrones. Aprendiste las mañas para engatuzar a las mujeres, a cómo seducirlas y llevarlas a la cama sin inconvenientes. Es por eso que desde que empezaron a pretenderte, fuiste selectiva. Jugabas con más de uno a ser su novia, solo para golpearle el orgullo a los juniors, los cuales despreciabas.

Fuíste la consentida de papá, desde pequeña se cumplían tus caprichos. Tuviste una supremacía entre tus hermanos al sentirte siempre protegida. Sin embargo, nunca tuviste problemas con ellos y siempre te cuidaban en las fiestas. Es por eso que te volviste una niña nice, porque pensabas que eso era lo debías ser. Fiestas del jet set, con niños fresa que pululaban por toda tu esfera, eran cosa de cada fin de semana.

Una noche, cuando tenías 16, llegaste a tu casa y ésta aparentaba el vacío común. Habías llegado más temprano de lo avisado, ya que la fiesta era un asco. Cuando prendiste la luz, descubriste a tu padre cogiendo en medio de la sala con Angélica, la prima de tu madre. La imágen te quebró en mil pedazos y la admiración hacia tu padre se fué a la goma. De repente todo en tu vida no tenía sentido. No hablaste en dos semanas, te encerraste en el mutismo y nadie sabía lo que te pasaba. Tu padre, a modo de consuelo, te envío de vacaciones a Europa con tus amigas. No hubo tal consuelo, y en cambio el rencor aumentó.

Aprovechaste la situación. Decidiste vengarte de tu padre chantajeándolo para conseguir objetivos absurdos: excursiones mochileras a Argentina, fiestas en los jardines de la casa y tener novios desagradables a la vista.

Adorabas a tu madre. Un mal día falleció. Un ataque al corazón fulminante. Su muerte acabó por desmoronarte. Admiraste siempre su sumisión y la categoría y sapiencia de la que gozaba. Jamás viste escenas desagradables de su parte y hasta su muerte, nunca dejaste de quererla.

Todos tus hermanos fueron forjados en el Tec. Tu no. Odiaste esa vida. Odiaste todo lo que había alrededor. Preferiste ser una más. Pasaste dos años sin estudiar. Llegaste a trabajar en un McDonalds, en un Seven Eleven y de bartender en un antro. Quisiste experimentar la vida como tal, pero no encontrabas consuelo. Es por eso que cuando el dueño del bar, un tipo de 30 años, casado, te dijo que quería algo más contigo, aceptaste. Te entregaste a él y supiste por fin lo que era el sexo. A partir de ahí, fueron incontables las experiencias sexuales. Encontraste un escape en cada relación y pudiste desahogar un poco el vacío existencial.

En una fiesta familiar conociste a Carlos, hijo del mejor amigo de tu padre, y decidiste que era hora de hallar la salida. Él tenía dinero, era atractivo y tenía una carrera política asegurada. Ese día tuvieron relaciones en el baño y hubo una chispa. Los dos tenían un apetito desmesurado por el sexo. Y es por eso que decidiste estudiar Ciencias Políticas en la UNAM. Sentiste que debías tener un camino afín para poder compenetrarte más con él. Tu padre lo vió como una buena influencia y aprobó el compromiso. No tenía más remedio, era el hijo de su mejor amigo.

Una vez, cuando llegaste a la casa de Carlos, Andrés te abrió la puerta y lo abrazaste. Sólo te ruborizaste cuando te apartó y te dijo: "Soy Andrés, mucho gusto. Enseguida le hablo a Carlos". Hubo algo en él que, a pesar de ser su gemelo, viste diferente. Tal vez la mirada serena, la voz, incluso algo en el físico o la manera de vestir que te aprehendió. Quisiste pensar que era un capricho u obstinación, y decidiste hablar de casarte con Carlos. Pero conforme pasaban los meses, te diste cuenta que ese capricho se convertía en admiración y no dejabas de pensar en él. Entonces decidiste dar el salto y arriesgarlo todo, incluso tu futuro...

martes, 7 de abril de 2009

La duda - Primera parte

- ¡¿Cómo te atreviste cabrón!? ¡Eres mi hermano!

No se pueden recordar los años felices, ni los momentos de hermandad que Carlos y Andrés compartieron en la niñez... Tampoco las borracheras, los momentos de soledad ni los abrazos en Navidad que, año tras año, eran insuficientes. Ahora, en este momento, todo se iba al carajo.

- ¡Pendejo! ¿Qué traes Carlos? Ya parale...
- Ay si idiota, ahorita me vas a ver la cara, no mames güey ¿te la cogiste?
- Cálmate y tu mamá también no chingues, sólo platicamos no seas pendejo
- ¡Cuál platicar!

El puño cerrado de Carlos se encontró con el ojo izquierdo de su hermano. En seguida más golpes. Pasarían más de 10 minutos antes de que dejaran de pelear...

Los celos más fuertes ocurren entre hermanos. Se dice que Caín mató a Abel por celos y huyó desterrado por Dios hacia tierras lejanas. Es una constante competencia, sobre todo desde que se crearon. Andrés, el mayor era de carácter pasivo. Era el top of the class y no era muy sociable. En cambio Carlos, el menor, era rebelde, mujeriego por naturaleza, pasaba -gracias a su hermano -de panzaso las materias más difíciles. Son gemelos. Y al serlo, su amor u odio es tan frágil como la gota de rocío que cae en las primeras horas de la mañana.

Horas antes en un Starbucks, Andrés se entrevistaba con Sandra, la novia de Carlos. Sandra era compañera de ambos en la universidad. Ciencias políticas en la UNAM. Carlos y Sandra eran promiscuos. Se toqueteaban en plena clase a la vista de todos, tenían sexo oral en los baños del campus y más de una vez fueron sorprendidos cogiendo en los espacios de Ciudad Universitaria. No es que no les importara, pero la atracción física era más fuerte. Sin embargo, había algo de fascinación en la personalidad de Andrés que llamaba la atención de la jóven. Su carácter apacible, conciliador y su capacidad mental no pasaban desapercibidas para ella.

- Hola Andy ¿podemos hablar?
- Ah, este... Si, mira... Tengo exámen mañana y necesito estudiar... Lo siento...
- Por favor... Necesito platicar con alguien, y Char no me contesta el cel ¿si?

Andrés accedió. Acudieron al café ubicado a escasas cuadras de CU donde por lo regular estaba lleno de estudiantes de filosofía y derecho. Entre tantos personajes, no puedes ser el blanco de las miradas. En la universidad, todos son desconocidos. Eres uno más. No importa si tienes o no un auto chingón, un guardarropa de marca o un forro de envidia. No. Todos se enfocan a un objetivo: salir a conseguir todo eso.

Carlos y Andrés eran de una familia acomodada. Su padre, Don Alberto Navarro y Chuayffet era el dueño de una industria que manufacturaba hule. Las exportaciones lo elevaron a las nubes de la codicia y el poder. Estaba relacionado a la política y más de una vez participó en campañas electorales. Era compadre del Gobernador de Morelos. Su madre, Estela Campos Ibargüengoitia era toda una dama de sociedad. Participaba en subastas de caridad y más de alguna vez se le veía en las lujosas comidas en la que asistía con su marido rodeada de más mujeres del círculo social más elevado de México.

A pesar de eso, los dos hermanos no eran juniors, más gozaban de ciertas libertadas obviadas por las relaciones que su padre mantenía con todo el círculo de poder. La obsesión nepotista del padre, hizo que los jóvenes entraran a la escuela de Ciencias Políticas, para después hacer alguna maestría o doctorado en alguna universidad de Estados Unidos o Inglaterra.

- Tengo un problema Andy... Uno muy grave...
- Mira, sé que Carlos es un tipo muy atrabancado, pero se hará responsable, sea como sea...

La muchacha se echó a reír. - No es lo que piensas niño. En eso me cuido mucho. Es otra cosa.
- ¡Ah, vaya! Pensé que...
- ¡No! ¿Cómo crees? -decía al momento de tomar su mano -Es sólo que... Me gustas Andrés. Me gustas mucho. No sabía cómo decírtelo, y ahora no sé cómo decírselo a tu hermano.

Andrés se separó inmediatamente. De repente sintió un escalofrío como de miedo, asco y culpa. Se marchó sin mediar palabra. La jóven gritó algo a lo que no prestó mucha atención. Para él, las cosas con su hermano eran cosa seria. No le gustaba que lo tocaran. No tenían una relación de hermandad juvenil muy estrecha, pero de cualquier forma se querían. Más de una vez discutían por minucias provocadas por la competencia que genera el ser el favorito de papá y mamá. Ocultaba las borracheras atroces y a las fiestas privadas con orgías por regla que organizaba su hermano. Más de una vez tuvo que aguantarse afuera de la casa mientras su hermano cogía con alguien en la sala de la residencia. Testigo mudo de las aventuras de Carlos, se limitaba a hacer oídos sordos a todo comentario y sólo respondía con evasivas a las preguntas de sus padres. Ya sabes cómo es, decía.

Llegó a su casa con el mismo sudor frío. Ellos tenían planes para casarse terminando la carrera. El padre de Sandra, íntimo amigo de Don Alberto, era dueño de una cadena de mueblerías en la república. En las reuniones familiares hablaban siempre de Sandrita y Carlitos. "Ah, estos muchachos, tan buenos. Algún día seremos consuegros Negro y tendremos que cargar nietos" Pero muchas veces las miradas de la jóven se desviaban hacia el introvertido hermano de su prometido. Muchas veces, incluso, mientras tenían relaciones, ella se imaginaba haciéndolo con Andrés. Otras tantas, se masturbaba pensando en él.

- ¡Jóven! - gritó la portera, al tiempo que Andrés cerraba la puerta de su cuarto. Sólo quería encerrarse, no quería saber nada. La confesión de Sandra había sido demasiado. Muchas veces oía a su hermano hablar de ella como una mujer que lo exitaba, pero que a la vez le llenaba el vacío existencial de cariño. Vacío propiciado por la constante ausencia de los padres. Vacío que Andrés llenaba con estudio y Carlos con sexo. En esos momentos, Carlos se tiraba por enésima vez a la maestra de Economía, cuando recibió un mensaje en el celular. Interrumpió el coito y salió del salón, dejando a la mujer a punto del segundo orgasmo.

Iba por Reforma a toda velocidad. -¡Ese hijo de la chingada! ¿Cómo se atrevió? -Dio una vuelta cerrada y estacionó el carro afuera de la casa. Se bajó de inmediato olvidando el celular en el que se leía: "ME COGÍ CON TU HERMANO"