lunes, 3 de agosto de 2009

Dualidad

Soy el gerente de la sucursal general de una compañía de seguros mundialmente reconocida.

Tengo esposa y dos hijos. Somos una familia normal, salimos, recorremos todos los días en bicicleta el parque y no tenemos muchas deudas.

Pero hasta la familia más funcional, tiene sus problemas.

Todos los días, después de la oficina, voy a los cines porno. Esos que están a la vuelta de mi trabajo, para ver la última novedad. Compro mi boleto, consciente de estar solamente algunos minutos viendo la función. Me encanta ver todo tipo de sexo. A mi esposa no le gusta el sexo anal, y el sexo oral desde hace tiempo que lo ha reprimido. Tengo que conformarme con ser un voyeur. Hay pocos tipos en la sala, hay quienes se llevan a sus novias, y de reojo veo que se masturban mutuamente, y prefieren salirse de la sala a algún motel, motivados por la acción.

Yo cojo discretamente una servilleta y eyaculo ahí. Es mejor que en el pañuelo o en alguna tela donde se deje residuo. Antes de que prendan las luces, tiro el papel en el bote de basura y salgo. Y de ahí a casa. Sólo para rematar con mi esposa. No tiendo a quedarme con las ganas.

Últimamente, he visto a un nuevo individuo, compañero de sala. Tal vez de mi misma edad. No le presto mucha atención, sin embargo he visto que de igual manera él me ha observado. Al salir esa noche, me alcanza en la esquina de la calle.

- Qué tal... Mi nombre es Ricardo, mucho gusto.

Regresando la atención, le he dado un nombre falso. No son importantes ni necesarias ese tipo de amistades. Tal vez lo ha notado por lo cortante de mi saludo. Tomo la dirección a casa en mi auto. La siguiente noche, me observa. Ésta vez me inquieta y mi masturbación no consigue el fin deseado. Me siento incómodo y opto por salirme.

A la salida, me alcanza.

- Disculpa, no es mi intención molestarte. Verás. Te he observado. No soy choto ni nada por estilo. Siento que tu y yo tenemos vidas en común. Yo también tengo esposa, aunque ésta no me satisfaga. Trabajo ahí enfrente -señalando un banco -soy gerente de sucursal y bueno, no me va mal.

De a poco me fué soltando y me sentí menos intranquilo. Me despedí de él.

Coincidió que al siguiente día tenía que hacer un depósito en ese banco. Opté por ir para confirmar la coartada de mi "compañero de porno" y, efectivamente, su nombre y su puesto eran verídicos. La pena me invadió y he salido ruborizado. Esa noche no asistí al cine como era la costumbre. De hecho, no lo hice por cuatro días. Al quinto, decidí que le debía una disculpa por dudar de él.

Esa noche fuí, y mi sorpresa fue que no estaba. Tal vez se ofendería. No lo sé. Esa noche pasaban una función de swingers. Me encantaba ver las orgías y a veces el hecho de que se confundieran hombres con hombres. De repente, justo cuando me venía, sentí una mano en el hombro. Y era Ricardo.

- Ven, sígueme.

Sólo le seguí, sin dudar. Trepamos en un Mazda y nos dirigimos a seis cuadras, a un centro nocturno.

- Para qué verlo, si podemos actuarlo ¿qué no?

Estaban un par de chicas sentadas en la mesa. No puedo acordarme de cuánto tomé. Enseguida nos metimos a un hotel, y con la borrachera empezamos la orgía. Súbitamente, ví que Ricardo tomó mi pene y lo insertó en su ano, mientras que las muchachas aplaudían y se besaban. Algo en mí se rompió. Y me caí de la cama. Una chica se acercó, y me practicó sexo oral. Sólo exclamaba "¡¡¡Si nena, límpialo, límpialo!!!"

Al día siguiente, amanecimos los cuatro -unos sobre otros -en el cuartucho de hotel. Me levanté, dejé dos mil pesos sobre el taburete de la recámara y me largué.

Vomité a la salida del hotel. No sé como le explicaría a Alejandra.

Al llegar, le dije que me habían asaltado y que apenas recuperé la conciencia de la golpiza. Su cara, lejos de estar convencida, denotaba preocupación. No salí ese fin de semana. Y mi hábito por visitar cines porno desapareció. Tuvo que haber una penetración para poder quitarme la manía.

Cada que paso por un cine porno, mi pene se encoge y mi fundillo se endurece.