El Asesino - Luchador
Tengo el campeonato.
Tengo una amante excepcional. Aquella que conocí cuando luché en la tercera defensa, y que entró al vestidor para felicitarme, pero en la euforia me la he tirado.
Sin embargo, me siento vacío.
En casa espera una mujer mal-arreglada y un hijo con retraso mental. Sólo tengo un nombre, tengo mi fama: El Asesino. Campeón de peso pesado. Mi cinturón y mis glorias, 25 años de trayectoria y sólo tengo eso: una fodonga y un retrasado.
Son odiosos, no los soporto.
Hoy tendré una lucha importante: El Marino no es cosa fácil, aunque somos colegas, sé que pondrá todo de su parte. Me he ido a coger temprano con Alicia, en vez de ir a entrenar. Me ha dado una noticia: está embarazada. Me ha pedido que le responda, y le he dicho que si en un arranque de pasión, todo por tirármela por enésima vez.
Dan las 7, y tendría que estar en la Arena México. La estelar empezará a las 10, pero tengo que calentar músculos y mentalizarme. Estoy en la cima de mi carrera, nadie ni nada me debe tumbar. Hay que aguantar la media hora reglamentaria, porque si no, no hay bono. Y aparte de eso, ganar para conservar el campeonato, aunque éste sea de fantasía. Lo importante de todo es ser ídolo, ser ganador, que la gente te conozca y te reconozca. Mi familia, ja... Mi familia es una mierda, la odio... No he tocado a mi esposa desde hace 10 meses, me da asco... Alicia en cambio, es otro pedo... La juventud de su piel se impone ante mi líbido...
Concéntrate, es hora de entrar... Mi manager se enardece, me ha dicho que son mamadas el llegar tarde, pero no le hago caso... Incluso me ha hecho encabronar, al grado de querer partirle su madre, pero aguanto las ganas para desquitarme con mi oponente...
Suena la campana, el pinche Marino se deja ir contra mi, y me empieza a apalear, entre los gritos de la multitud, me dice "Ya estuvo güey, ya me toca ¿no?" Lo aviento y le digo "Ni madres güey"
Así pasan 25 minutos, hasta que me voy a la tercera para un lance fuera del ring, le atino pero mi cabeza dá contra una de las butacas y quedo semi-inconsciente... Como puedo, por instinto me levanto y regreso al ring, sólo para que el hijo-puta me aplique una huracarrana y contarme la de tres... He perdido...
Llegué a mi casa... No puedo decirle hogar: casa a secas... Llega María y me pregunta cómo me fué... Pendeja, si se interesara por mí, sabría que me fué de la verga... Y luego llega ese lastre por hijo que tengo a darme un abrazo... Estoy harto... Casi son las 12, una sensación de rabia me invade... Quiero comer, le ordeno a María que me haga de cenar, pero su sueño le impide escucharme... La agarro de las greñas y la azoto contra el suelo... Mi furia hace tomarla del cuello y extrangularla... No hizo falta esperar tanto: su cuello se rompió antes de que el oxígeno dejara de llegar a su cerebro... Toño se despertó asustado por los gritos... Salí del cuarto dejando tras de mí el cuerpo inerte de aquella mujer, ahora desconocida para mí...
- Papá ¿qué pasó? -me dijo tartamudeando
- Nada hijo, toma tu leche...
Se quedó dormido para siempre. En cambio yo, estoy listo para partir... Tengo que hacerle honor a mi nombre.
A los dos días, la policía encontró los cuerpos de los tres infortunados. La mujer, muerta por ruptura de cuello, el niño muerto por envenenamiento con cianuro y Pedro Gutiérrez -alias 'El Asesino' -muerto en su sala de pesas, debido a un disparo en la cabeza. "El Asesino hace honor a su nombre" dirían los diarios al tercer día.
In memoriam: Chris Benoit.
jueves, 25 de junio de 2009
jueves, 18 de junio de 2009
Un día en la vida de...
Mi padre.
Ese día, había algo raro en el ambiente. No tengo un sexto sentido como el de las mujeres. Pero definitivamente ese día me daba mala espina... Un día en la vida para olvidar, sin embargo, no se quiere ir de mi mente.
Ese día dormías. Pensaste que sería un día como cualquier otro. Te levantaste, te bañaste, de ninguna manera podrías dejar de tallarte y tardarte al menos 25 minutos. Tu vanidad no te lo permite. Aún así, apuraste un poco el paso porque ese día era importante. Sabías que la mercancía de ese día tendría un comprador impaciente y el grupo no podía retardarse.
Te despediste de mi, y sin embargo, yo tenía un mal presentimiento ese día. Te hubiera pedido que no salieras, pero igual no me hubieras hecho caso. Llegaste con el grupo y se metieron a la tienda departamental. Siguieron el mismo protocolo: vas con el gerente de tienda, que para esos momentos era cómplice de todo, sacarían la mercancía con una tarjeta clonada y se irían de ahí.
Pero ese día no, no fué tan fácil.
A la salida, se cerraron dos camionetas sin placas, y bajaron judiciales con armas largas a someterlos. Te golpearon y te subieron a la camioneta:
- Bajate hijo de tu puta madre y te vo'a volar el culo - te dijeron.
El único momento de pánico que viviste fue cuando nos viste desangrados en el accidente del 86. Y como pudiste, con tu brazo y tu pierna rotos, nos sacaste del auto. De milagro sobrevivimos...
Al llegar a la procu, te bajaron esposado, te llevaban a la sala de tortura, sólo para confirmar lo que los otros habían dicho. Afortunadamente no sufriste mucho en el proceso. Fuiste testigo de que la tortura sí se seguía practicando a pesar de los discursos optimistas de los gobernantes. Esa noche, la pasarías en los separos, y hacía frío: había llovido.
Tenía miedo, mucho. De un momento a otro tuve que hacerme el valiente y llevarte una cobija y ropa limpia al separo. Verte detrás de un ventanal fue devastador. Escucharte pedirme varias cosas a la vez y cumplirlas fueron varios golpes. Al terminar, me le escapé a un oficial que te cuidaba y te abracé. Con ese abrazo te quise decir "sé que por nosotros hiciste esto... Un grave error... Me vas a hacer falta"
Y esa noche, pese a las declaraciones del oficial a cargo, te llevaron a la grande. Ese día en tu vida jamás lo olvidarás.
Ese día en tu vida, le dió en la madre a nuestras vidas...
Y a pesar de todo, te sigo queriendo, caraxo...
Feliz día, papá...
Ese día, había algo raro en el ambiente. No tengo un sexto sentido como el de las mujeres. Pero definitivamente ese día me daba mala espina... Un día en la vida para olvidar, sin embargo, no se quiere ir de mi mente.
Ese día dormías. Pensaste que sería un día como cualquier otro. Te levantaste, te bañaste, de ninguna manera podrías dejar de tallarte y tardarte al menos 25 minutos. Tu vanidad no te lo permite. Aún así, apuraste un poco el paso porque ese día era importante. Sabías que la mercancía de ese día tendría un comprador impaciente y el grupo no podía retardarse.
Te despediste de mi, y sin embargo, yo tenía un mal presentimiento ese día. Te hubiera pedido que no salieras, pero igual no me hubieras hecho caso. Llegaste con el grupo y se metieron a la tienda departamental. Siguieron el mismo protocolo: vas con el gerente de tienda, que para esos momentos era cómplice de todo, sacarían la mercancía con una tarjeta clonada y se irían de ahí.
Pero ese día no, no fué tan fácil.
A la salida, se cerraron dos camionetas sin placas, y bajaron judiciales con armas largas a someterlos. Te golpearon y te subieron a la camioneta:
- Bajate hijo de tu puta madre y te vo'a volar el culo - te dijeron.
El único momento de pánico que viviste fue cuando nos viste desangrados en el accidente del 86. Y como pudiste, con tu brazo y tu pierna rotos, nos sacaste del auto. De milagro sobrevivimos...
Al llegar a la procu, te bajaron esposado, te llevaban a la sala de tortura, sólo para confirmar lo que los otros habían dicho. Afortunadamente no sufriste mucho en el proceso. Fuiste testigo de que la tortura sí se seguía practicando a pesar de los discursos optimistas de los gobernantes. Esa noche, la pasarías en los separos, y hacía frío: había llovido.
Tenía miedo, mucho. De un momento a otro tuve que hacerme el valiente y llevarte una cobija y ropa limpia al separo. Verte detrás de un ventanal fue devastador. Escucharte pedirme varias cosas a la vez y cumplirlas fueron varios golpes. Al terminar, me le escapé a un oficial que te cuidaba y te abracé. Con ese abrazo te quise decir "sé que por nosotros hiciste esto... Un grave error... Me vas a hacer falta"
Y esa noche, pese a las declaraciones del oficial a cargo, te llevaron a la grande. Ese día en tu vida jamás lo olvidarás.
Ese día en tu vida, le dió en la madre a nuestras vidas...
Y a pesar de todo, te sigo queriendo, caraxo...
Feliz día, papá...
lunes, 15 de junio de 2009
La Tregua
-Me das unos troyan amarillos por favor -pedí en el mostrador de una farmacia patito. Pagué y me monté en el carro tan pronto como llegué. Serían casi las 11 de la noche. Ella estaría esperando impaciente, pues la cita era a las 10.
Cuando llegué, la puerta del departamento estaba entreabierta. Cerré suavemente, y ví que estaba en el sillón acostada viendo la televisión. Me vió y todo se desató. Nos besamos y empezamos a desvestirnos, como si la ansiedad acumulada estallara en nuestros movimientos torpes pero efectivos. Ella sólo traía una bata, y cuando bajé su cierre sus senos quedaron al descubierto. Los tomé firmemente con mis manos y llevé mis labios hacia ellos. Nuestras respiraciones iban en aumento y finalmente se despojó de su bata. Enseguida, bajé hacia su sexo y empecé a juguetear con su clitoris. Sólo me daba cuenta de su exitación porque tomaba mi cabeza y la empujaba como queriendo meterla. Tomaba sus nalgas y las apretaba, acariciaba a la vez sus senos y sus piernas. Después, mi lengua se fue a su ano y no pudo evitar un gemido.
Fuertemente tomó mi cabeza y me besó. Era su turno. Quitó tan rápido como pudo mi camisa y empezó a besar mi torso, bajó hasta que mi sexo quedó en su boca y empezó a hacer un movimiento algo extraño pero placentero. Demasiado. Apretaba mis piernas para empujarse un poco más. Después la penetré, con las ganas de la primera vez pero la experiencia de innumerables ocasiones con parejas ajenas.
Terminamos en un orgasmo simultáneo, lleno de la misma ansiedad pasional con la que iniciamos. Quedamos tendidos un rato.
-Ya te puedes ir -me dijo. Me levanté, me vestí y me dirigí a la puerta. Ella rápidamente se puso su bata y me acompañó.
-Esto no cambia nada -me dijo y cerró la puerta.
Al siguiente día, en el juzgado, firmamos los papeles de divorcio. Y esa noche, de nuevo volvió la tregua, sólo para llenar el vacío existente en nuestras vidas.
Cuando llegué, la puerta del departamento estaba entreabierta. Cerré suavemente, y ví que estaba en el sillón acostada viendo la televisión. Me vió y todo se desató. Nos besamos y empezamos a desvestirnos, como si la ansiedad acumulada estallara en nuestros movimientos torpes pero efectivos. Ella sólo traía una bata, y cuando bajé su cierre sus senos quedaron al descubierto. Los tomé firmemente con mis manos y llevé mis labios hacia ellos. Nuestras respiraciones iban en aumento y finalmente se despojó de su bata. Enseguida, bajé hacia su sexo y empecé a juguetear con su clitoris. Sólo me daba cuenta de su exitación porque tomaba mi cabeza y la empujaba como queriendo meterla. Tomaba sus nalgas y las apretaba, acariciaba a la vez sus senos y sus piernas. Después, mi lengua se fue a su ano y no pudo evitar un gemido.
Fuertemente tomó mi cabeza y me besó. Era su turno. Quitó tan rápido como pudo mi camisa y empezó a besar mi torso, bajó hasta que mi sexo quedó en su boca y empezó a hacer un movimiento algo extraño pero placentero. Demasiado. Apretaba mis piernas para empujarse un poco más. Después la penetré, con las ganas de la primera vez pero la experiencia de innumerables ocasiones con parejas ajenas.
Terminamos en un orgasmo simultáneo, lleno de la misma ansiedad pasional con la que iniciamos. Quedamos tendidos un rato.
-Ya te puedes ir -me dijo. Me levanté, me vestí y me dirigí a la puerta. Ella rápidamente se puso su bata y me acompañó.
-Esto no cambia nada -me dijo y cerró la puerta.
Al siguiente día, en el juzgado, firmamos los papeles de divorcio. Y esa noche, de nuevo volvió la tregua, sólo para llenar el vacío existente en nuestras vidas.
sábado, 6 de junio de 2009
La duda - Tercera Parte
Esa tarde, después de la discusión, Andrés se dirigió a un Vips que se encontraba en Perisur. Necesitaba pensar. Necesitaba digerir lo que había ocurrido. Él era el menos culpable en ésta situación.
"Dnd stas??" decía el mensaje en su celular. Venía de Sandra. Nunca pudo entender por qué le respondió. Simplemente le escribió "Vips". Ella sabría donde encontrarlo. A la media hora, entró por la puerta del restaurant. Andrés veía perdidamente hacia una ventana junto a la que estaba sentado.
- Andrés, tenemos que hablar.
Él permaneció callado.
- Mira, quiero a tu hermano. ¡Carajo! ¡Tú más que nadie sabe cómo nos queremos! Pero...
Se hizo un silencio incómodo. Esos silencios que presagian las mejores o las peores noticias. Sólo se oían las conversaciones ajenas. Las conversaciones entremezcladas de los comensales que estaban alrededor.
- No lo amo Andrés... Y quiero que sepas que tú eres el dueño de mi corazón.
Andrés se limitó a voltear a ver su taza de café.
-¿Vas a pedir algo? -preguntó.
-No, nada, gracias.
Andrés lanzó un suspiro.
-¿Sabes siquiera en lo que te metiste?
Sandra quedó desconcertada. Era una pregunta como cualquier otra. Pero ésta en particular no tenía una respuesta sensata. Una respuesta válida. Vaya, siquiera no tenía respuesta. Un largo silencio fue acompañado de la pregunta.
-¡Qué pedo pendejo! ¿Y qué haces aquí hija-de-puta? ¡No tienes suficiente con lo que me haz hecho! -Llegó intempestivamente Carlos gritando. Los comensales hicieron un silencio y se quedaron viendo al trío. -¡Vaya que me han visto la cara de pendejo los dos! ¡No quiero saber de ustedes! Por mí lánzate de puta, te queda bien y a ti... A ti te digo que ya no tienes hermano, cabrón. -Dicho ésto, Carlos salió del establecimiento.
Sandra lloraba. Andrés, con la calma que le caracteriza, no hizo comentario alguno. Se limitó a observar su café.
-¡¿Qué coño te pasa Andrés!? ¡Ni siquiera has volteado a verme!
-No tengo necesidad -dijo levantándose y dejando un billete de 100 pesos sobre la mesa. -Pagas por favor.
Carlos no había llegado a casa. Eran las dos de la mañana. "Estás raro hijo ¿qué te pasa?" preguntaban sus padres. Sólo se limitaba al clásico "Nada, estoy bien, nada raro".
Sonó el teléfono. Estela contestó.
- ¡Alberto! ¡Alberto! ¡Ven por favor! -empezó a gritar hacía su esposo. Éste corrió enseguida a donde se encontraba su mujer. A su vez, Estela le dió el teléfono y se sentó a llorar. Alberto sólo se limitó a colgar el teléfono con la vista perdida y llena de lágrimas.
Carlos había destrozado su auto esa noche saliendo de un bar. Iba por el periférico. No se percató que de la lateral venía un tráiler a alta velocidad y perdió el control del vehículo, un Bora. Se estrelló en un árbol e instantáneamente perdió la vida prensado. Las autoridades informaban de un grado de ebriedad de 0.203 por lo que dedujeron que era imposible que hubiera podido reaccionar a tiempo sobre la presencia del tráiler.
La ceremonia en el panteón estuvo acompañada de lluvia. Todos los presentes lloraban, unos más por conveniencia que por el verdadero dolor. Estela y Alberto estaban destrozados. Sandra se limitaba a llorar por ratos. De alguna manera, sentía que tendría el camino libre para quedarse con Andrés. Éste a su vez, permanecía extráñamente serio, inmóvil, como incrédulo. Se limitaba a ver el cajón de su hermano.
Al terminar el sepulcro, Andrés se volteó hacia Sandra con una extraña mirada. Esas miradas que sólo pueden matar, acompañada de una sonrisa maquiavélica.
-¿Recuerdas que te pregunte si sabías en lo que te habías metido?
Dicho ésto, sacó de su bolsillo un papel y se lo tendió. Ella lo tomó. Sentía un desconcierto terrible. Aquel desconcierto que se siente como si estuvieras en medio del desierto solo. Andrés dió la media vuelta y se marchó, todavía con la sonrisa en los labios.
Ella abrió el papel y leyó. Lo dejó caer y ella a su vez cayó de rodillas llorando. En medio de la lluvia, se alcanzaba a ver la siguiente leyenda:
"Estúpida. El tenía SIDA y yo soy homosexual"
"Dnd stas??" decía el mensaje en su celular. Venía de Sandra. Nunca pudo entender por qué le respondió. Simplemente le escribió "Vips". Ella sabría donde encontrarlo. A la media hora, entró por la puerta del restaurant. Andrés veía perdidamente hacia una ventana junto a la que estaba sentado.
- Andrés, tenemos que hablar.
Él permaneció callado.
- Mira, quiero a tu hermano. ¡Carajo! ¡Tú más que nadie sabe cómo nos queremos! Pero...
Se hizo un silencio incómodo. Esos silencios que presagian las mejores o las peores noticias. Sólo se oían las conversaciones ajenas. Las conversaciones entremezcladas de los comensales que estaban alrededor.
- No lo amo Andrés... Y quiero que sepas que tú eres el dueño de mi corazón.
Andrés se limitó a voltear a ver su taza de café.
-¿Vas a pedir algo? -preguntó.
-No, nada, gracias.
Andrés lanzó un suspiro.
-¿Sabes siquiera en lo que te metiste?
Sandra quedó desconcertada. Era una pregunta como cualquier otra. Pero ésta en particular no tenía una respuesta sensata. Una respuesta válida. Vaya, siquiera no tenía respuesta. Un largo silencio fue acompañado de la pregunta.
-¡Qué pedo pendejo! ¿Y qué haces aquí hija-de-puta? ¡No tienes suficiente con lo que me haz hecho! -Llegó intempestivamente Carlos gritando. Los comensales hicieron un silencio y se quedaron viendo al trío. -¡Vaya que me han visto la cara de pendejo los dos! ¡No quiero saber de ustedes! Por mí lánzate de puta, te queda bien y a ti... A ti te digo que ya no tienes hermano, cabrón. -Dicho ésto, Carlos salió del establecimiento.
Sandra lloraba. Andrés, con la calma que le caracteriza, no hizo comentario alguno. Se limitó a observar su café.
-¡¿Qué coño te pasa Andrés!? ¡Ni siquiera has volteado a verme!
-No tengo necesidad -dijo levantándose y dejando un billete de 100 pesos sobre la mesa. -Pagas por favor.
* * * * *
Carlos no había llegado a casa. Eran las dos de la mañana. "Estás raro hijo ¿qué te pasa?" preguntaban sus padres. Sólo se limitaba al clásico "Nada, estoy bien, nada raro".
Sonó el teléfono. Estela contestó.
- ¡Alberto! ¡Alberto! ¡Ven por favor! -empezó a gritar hacía su esposo. Éste corrió enseguida a donde se encontraba su mujer. A su vez, Estela le dió el teléfono y se sentó a llorar. Alberto sólo se limitó a colgar el teléfono con la vista perdida y llena de lágrimas.
Carlos había destrozado su auto esa noche saliendo de un bar. Iba por el periférico. No se percató que de la lateral venía un tráiler a alta velocidad y perdió el control del vehículo, un Bora. Se estrelló en un árbol e instantáneamente perdió la vida prensado. Las autoridades informaban de un grado de ebriedad de 0.203 por lo que dedujeron que era imposible que hubiera podido reaccionar a tiempo sobre la presencia del tráiler.
La ceremonia en el panteón estuvo acompañada de lluvia. Todos los presentes lloraban, unos más por conveniencia que por el verdadero dolor. Estela y Alberto estaban destrozados. Sandra se limitaba a llorar por ratos. De alguna manera, sentía que tendría el camino libre para quedarse con Andrés. Éste a su vez, permanecía extráñamente serio, inmóvil, como incrédulo. Se limitaba a ver el cajón de su hermano.
Al terminar el sepulcro, Andrés se volteó hacia Sandra con una extraña mirada. Esas miradas que sólo pueden matar, acompañada de una sonrisa maquiavélica.
-¿Recuerdas que te pregunte si sabías en lo que te habías metido?
Dicho ésto, sacó de su bolsillo un papel y se lo tendió. Ella lo tomó. Sentía un desconcierto terrible. Aquel desconcierto que se siente como si estuvieras en medio del desierto solo. Andrés dió la media vuelta y se marchó, todavía con la sonrisa en los labios.
Ella abrió el papel y leyó. Lo dejó caer y ella a su vez cayó de rodillas llorando. En medio de la lluvia, se alcanzaba a ver la siguiente leyenda:
"Estúpida. El tenía SIDA y yo soy homosexual"
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